LA OBRA

El Buscón es uno de esos textos que reúnen todas las condiciones previas para crear un espectáculo para todos los públicos: de Corte y Aldea, viejos y jóvenes, letrados más o menos. No es que pensemos que lo clásicos son divertidos. Es que, en muchas ocasiones, si no son divertidos, es que no son clásicos. El aburrimiento es la única enfermedad grave que aqueja al arte en general y al teatro en particular. De la mano de Quevedo, queremos seducir al espectador con una risa que provenga de una vivencia escénica singular y cercana.

En la realidad escénica, nos mueve la convicción de que es mucho más sencillo para el espectador contemporáneo la literatura clásica que leerla. El teatro nos da esa posibilidad.

Nuestro proyecto de Buscón intenta encontrar a la persona que Quevedo oculta deliberadamente detrás de sus aventuras y desventuras. Pablos no existe en virtud a su propia individualidad, sino sólo en función de todo lo que le ocurre, embarcado en una carrera por superar una serie ininterrumpida de obstáculos que dificultan su propósito: ser otro. Otra cosa. O sea, el conflicto que con más recurrencia y efectividad se ha planteado en la historia del Teatro.

MEDIA

FICHA ARTÍSTICA

EQUIPO ARTÍSTICO

DIRECCIÓN: RAMÓN BAREA
AYUDANTE DE DIRECCIÓN: IRENE BAU
ILUMINACIÓN: BUCHO CARIÑENA
ESCENOGRAFÍA: TOMÁS RUATA
VESTUARIO: BEATRIZ FDZ BARAHONA
PRODUCCIÓN EJECUTIVA:MARÍA LÓPEZ INSAUSTI
PRODUCCIÓN: TEMPLANZA PRODUCCIÓN ESCENICA S. L.

REPARTO

Actor: José Luis. Esteban

 

DOSSIER
SINOPSIS

QUEVEDO Y EL BUSCÓN

En mitad de un sofocante verano de 1626, en la imprenta zaragozana del maestro Vergés, se edita por primera vez La vida del Buscón llamado don Pablos, de Francisco de Quevedo.

Como en otras ocasiones ocurre con don Francisco, esa primera edición se realiza sin su consentimiento. Es, en cierto sentido, una copia pirata. Es una ironía a la altura de la historia el hecho de que las aventuras de uno de los antihéroes más incorrectos de la historia de la literatura española tengan como carta de presentación un acto de piratería editorial.

El castellano del siglo XVII está en un estado de forma magnífico. Los escritores, encelados en un toma y daca continuo de controversias palaciegas, intrigas políticas y estrecheces económicas, afilan al máximo sus mejores dagas: las palabras y los conceptos. La despiadada competencia por encontrar un hueco en la poblada sombra del árbol de la Corte agudiza el ingenio. Y Quevedo se maneja como nadie en esas aguas turbulentas. Su prosa es tan deslumbrante como su poesía. Su capacidad para el chiste, inabarcable, y su facilidad para narrar con desenvoltura y precisión forense los avatares de sus personajes, por ridículos y atrabiliarios que puedan parecer, indiscutible.

Como su personaje don Pablos, el Buscón, un ser marginal, que intenta rebelarse contra su destino de desheredado de la fortuna. Hijo de padres de conducta discutible y final indiscutible por deshonroso, su viaje en busca de la honorabilidad y la honra, sus intentos inútiles por ascender en la escala social de la época, lo ponen en contacto con todos los estamentos: el clero, la milicia, el mundo del dinero, el de las comedias, los chulos, las meretrices, los alguacilillos,.. Cuanto más virtuoso intenta ser, más tortuosos son los senderos que tiene que recorrer.

Y de ese contraste entre realidad y deseo, tan antiguo como el propio ser humano, brota un sentido del humor incontenible, torrencial y peripatético. Y también, insospechadamente, el amor. Y el salto a América, a donde, probablemente, el bueno de Pablos nunca llegará, atrapado en las garras de un corsario inglés, perdido en las brumas del barlovento de las Azores o tal vez abandonado a su suerte en las islas Bermudas.

CRITICAS

Un ameno y divertido “Buscón” aragonés. (…) La adaptación nada sencilla se resuelve de forma sabia y entretenida. (…) Se nota que el actor le tiene querencia al personaje porque se ha fundido con él. (…) Que un solo actor llene un escenario en todo momento y que conecte con el público, haciéndole participar de sus peripecias sin caer en la complacencia y el descaro es harto complicado, pero aquí no sólo supera este trance sino que creo que consigue que fluya la constante sonriasa, cómplice de su interpretación. (…) Si el personaje es atrayente, la escenografía es igualmente impactante. Incluso tiene su lectura ecológica. (…) Prodigioso, como con tan poco se puede conseguir tanto.”

Yolanda Bujedo, El Periódico de Aragón, 11/02/08

Condenado pícaro. (…) No es posible acudir a los clásicos y no recibir una bofetada de actualidad. (…) El mónologo de Ramón Barea es bastante fiel al original, evitando el final, que deja al albedrío del protagonista, muestra un Pablillo cercano y querible, capaz de hacer reír con sus desgracias y de mantener la atención durante la hora y pico que dura el espectáculo. Cuatro elementos rudimentarios de madera y apenas unas perchas y dos fotografías como todo acompañamiento. José Luis Esteban demuestra que las tablas son un sitio reconocible para él. Cuenta bien, manteniendo ritmo y misterio”

Pedro Izura, Diario de Navarra, 31/07/08

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