Crítica de Miguel Ayanz, La Razón, enero 2009
Sólo a través del imaginario cristal patentado por Valle-Inclán se puede llevar a buen puerto su teatro sin traicionar su espíritu. El esperpento ha de ser la clave para tocar un concierto tan hermoso y complejo como «Luces de bohemia», a medio camino entre la farsa y la tragedia –lo es el periplo nocturno de este quijote ciego que es Max Estrella– que no siempre se interpreta bien. Reconforta ver a una compañía veterana, los aragoneses Teatro del Temple, que asume y hace suyos cada matiz, cada diálogo, cada arranque de genio del poeta, cada gesto de condescendencia del ministro… Y todo esto, increíble, sin «adaptaciones» ni «versiones».
La dirección de Carlos Martín apuesta por ropajes de un avanzado siglo XX, tonos grises, monótonos, y una escenografía de paredes móviles ambivalentes. Una forma hermosamente sobria de dejarlo casi todo en las ebrias gargantas de sus protagonistas. Sabe que cuenta con buen material: Ricardo Joven es un Mala Estrella soberbio, convincente como el ciego, un cráneo privilegiado áspero y humano. El Latino de Híspalis de Pedro Rebollo es un divertido pillo sevillano, perro viejo con su miseria, su dolor fingido, su dolor real…
Y sí, estupendos (pero no en el sentido en que lo usa Valle)los secundarios: Rosa Lasierra, Jorge Usón, Francisco Fraguas, Javier Aranda, Gabriel Latorre y Gema Cruz, que se reparten una galería ya casi mitológica de fantasmas en sepia de un Madrid de frío y huelgas, de tabernas en el Callejón del Gato y capas empeñadas por nueve pesetas para llegar al final de la noche.