Mi amigo Alfonso y su Teatro del Temple.
Conocí a Alfonso Plou cuando éramos tan jóvenes (él aún más) que pensábamos que producir teatro era algo fácil. Tan fácil que nos pusimos a ello sin más fortuna que nuestro pasión. Nos habíamos conocido en un taller de escritura que impartía Fermín Cabal, habíamos congeniado y, al terminar, creamos una productora y nos pusimos manos a las obras.
Allí estábamos, con nuestros textos recientes, Ernesto Caballero, Pepe Ortega, Alfonso y una servidora. Contentos y dispuestos a comernos el mundo. Mientras tanto, nos reuníamos en casa de Pepe, un estudio en Antón Martín, y antes de comenzar con lo arduo, abríamos los paquetes de viandas: mortadela, chorizo, salchichón; al jamón, ni siquiera al barato, llegaba nuestro presupuesto. Sí al vino peleón y a muchas risas y sueños.
Nombramos a nuestra productora “Directa”, no recuerdo porqué. Y contratamos a un actor, Gerardo Giacintti, para que hiciera el papel más embarazoso de su carrera: ir a pedir dinero a las empresas para cuatro autores jóvenes que tenían mucho que decir. Recuerdo que le compramos una corbata y una cartera de ejecutivo y, sin contacto ni recomendación, le enviábamos a llamar a las puertas de los posibles grandes mecenas. Cuando Gerardo llegaba exhausto a casa de Pepe, apenas quedaba mortadela, pero él sin perder la sonrisa nos narraba su experiencia vinito en mano. Experiencia que, en resumen, era que ninguno de los patrocinadores posibles le había querido recibir.
Cuando asumimos que nadie nos daría una peseta, acordamos un acto heroico, poner nosotros el dinero que costaría producir nuestro primer montaje. No pusimos poco, no crean, el que no lo tenía lo pintó. Y aunque habíamos decidido que la primera obra sería mía, El Color de Agosto, los cuatro aportamos el dinero con una generosidad admirable. En esa puesta en escena trabajamos todos. Y nos arruinamos también. A pesar de tener en el reparto dos estupendas actrices, una dirección talentosa y amor a raudales.
El Teatro Galileo era entonces un espacio alternativo, y nosotros unos jovenzuelos desconocidos entre miles de desconocidos más. Cerramos la productora, sí. pero aprendimos lo que no está escrito. En especial Alfonso, que con su discreción e inteligencia, decidió volverse a su Zaragoza natal y dar allí el do de pecho.
Recuerdo como si fuera ayer la primera obra de Alfonso que vi en Madrid, Laberinto de Cristal. Una obra de amoríos casi de adolescentes, lo que era Alfonso aún, pero que ya poseía los mejores componentes de las buenas obras: verdad, talento, humildad y estructura. También gozaba de algo esencial y que Alfonso siempre ha cultivado en su teatro: Algo que decir
Nuestro autor se fue a Zaragoza y comenzó su impresionante andadura con el Teatro del Temple. Que, por cierto, no sé por qué le pusieron ese nombre, pero otra de las bondades que tiene mi colega es eso, temple. Sin aspavientos y con grandes socios y equipos, Alfonso Plou ha ido construyendo un sello. Un teatro valiosísimo y necesario. 42 montajes desde 1994. Espectáculos que han llegado a Madrid, han girado por medio mundo, han tenido premios importantes y, sobre todo, han sido siempre valientes y comprometidos.
El Teatro del Temple es un ejemplo de valor y resistencia. Porque, y Alfonso lo aprendió cuando hicimos nuestra primera productora, en el mundo de las artes escénicas nadie te regala nada (quizá en ningún mundo). Y hay que ser fuerte, claro, atrevido y muy entusiasta para soportar los embates de este oficio.
Casi todos los montajes de esta Compañía me han fascinado de un modo u otro. Recuerdo los dos últimos que he visto como dos hermosas experiencias para mí. Esa “vida es sueño” tan bien contada, tan pensada para los otros, tan terrenal y, a la vez, etérea. Porque este proyecto tiene los pies en el suelo, pero respira algo aéreo en sus puestas. Y eso se nota y yo, como espectadora agradezco ese respeto al público. Creo, y he visto muchas veces este clásico, que es la primera vez que entendí de la primera a la última palabra.
También he visto hace apenas unos meses su espectáculo Abre la puerta. Qué placer escuchar y ver a ese actorazo que es José Luis Esteban haciendo un recorrido a través de la buena poesía Recordándonos que no se puede vivir sin ella. Enseñándonos que el teatro es eso, un actor frente a un público. Cuatro tablas y una pasión. Si además es con una hermosa luz y un gran músico presente, miel sobre hojuelas.
El Teatro del Temple nunca me ha decepcionado. Y siempre que veo uno de sus montajes pienso que deberíamos hacer algo juntos. Chicos, os aseguro que ahora ya no nos íbamos a arruinar. Yo pongo las viandas y el vino. Uno rico, que ya nos lo merecemos.
Felicidades, compañeros, por esos veinte años de dar cosas buenas al mundo.
Paloma Pedrero
Dramaturga