25 de Temple.
Querido Temple.
Veinticinco años ya.
Impresionante.
Sería para hacer desde ya una tesis detallada, con aparato crítico, epígrafes y notas a pie de página, sobre todo lo que habéis hecho, si no fuera porque faltaría en esa crónica –sin precedentes en los anales de esta tierra- todo lo que os falta por hacer, que apunta a ser todavía más extraordinario. Porque extraordinaria –y le doy a esta palabra su valor exacto-, es la travesía que estáis jalonando en este oficio milenario y frágil, apasionado y violento, a la vez real y quimérico.
Lo mejor que puedo hacer para celebraros es apelar a mi memoria. Pero no a la memoria puramente mecánica o histórica, sino a la emocional, a la que está grabada de forma indeleble dentro de mí. No en vano la utilizamos los actores para crear nuestros personajes, pues es una memoria fértil, reveladora y exclusiva.
Lo primero que recuerdo de vosotros, con una viveza que el tiempo no ha desdibujado, es que os admiré antes de conoceros. Os observaba de lejos. Erais gente muy talentosa, eso se veía a la primera, artistas desacomplejados y audaces, que hacíais un teatro como yo no había visto hacer en esta ciudad. Vuestro líder, Carlos, era un tipo fascinante, que me intimidaba tanto como me atraía, con una teatralidad y un imaginario radicalmente personal, y con un enorme talento para armar puestas en escena seductoras, modernas, limpias y muy eficaces. Alfonso era ya entonces un escritor sabio y profundo, un amante del teatro y del género humano, autor de varias dramaturgias sucesivas que me deslumbraron, de nuevo completamente nuevas para mí. Recuerdo que siempre tuvisteis claro que además del músculo creativo, era imprescindible forjar un equipo de gestión y producción igual de potente. Recuerdo con un cariño enorme a vuestro Pepe Tricas, con su desaforada ternura y su escepticismo constructivo, y sobre todo recuerdo, viéndolo ahora en perspectiva, el impresionante trayecto que está recorriendo María, desde el talento, la sensatez y la calma de una mente bien colocada, para convertirse en la clave de bóveda de la fortaleza templaria.
Entonces solo lo intuía, pero ahora lo veo perfectamente, que el teatro que hacíais a finales del XX prefiguraba una manera de crear, de narrar, de escribir, de dirigir, de interpretar, de producir y, sobre todo, una exigencia y una ambición artística que iba a tener una influencia decisiva en el teatro hecho en Aragón en el siglo XXI. Y que ese teatro vuestro iba a exportarse masivamente fuera de Aragón y de España, pues está unido umbilicalmente a vuestro carácter ambicioso y cosmopolita.
¿Qué quiero decir? Que aprendí mucho de vosotros aún antes de trabajar con vosotros. Y que mucho antes de presentarme al casting en el que Carlos me eligió para hacer de Ricardo III, con el Centro Dramático de Aragón, yo ya suspiraba por trabajar con Temple. Pero las cosas que deseamos, aunque las deseemos mucho, no llegan más deprisa solo porque uno se harte de correr. Y ésta no llegó, ahora lo veo claro, hasta que no estuve preparado.
Así que después de admiraros os conocí por dentro. Y siguió el aprendizaje, la exigencia, la búsqueda de las claves de teatralidad que corresponden en cada momento, el respeto profundo por el espectador, el trabajo cuidadoso y preciso. Decenas, centenares de horas hablando de teatro. En locales de ensayo, en camerinos, en furgonetas, en bares, en estrenos, en cenas, de noche, de día, comiendo, bebiendo, discutiendo, bailando, riendo, amando, durmiendo y soñando. Siempre el teatro. Más, mejor, más lejos, más alto, más fuerte. Shakespeare, Valle, Beckett, Calderón, Cervantes y lo que venga. Yonkis perdidos todos de este veneno para el que no existe antídoto. Haciendo teatro de la misma forma que vivís y respiráis. Con intensidad, con profundidad, con sentido del humor, con perspicacia, con instinto, con radical entrega y total compromiso.
Primero os admiré, luego os conocí y por último os quise. Mi memoria emocional no me engaña.
Si alguien me preguntara alguna vez quién ha confiado en mí como nadie ha confiado, la respuesta sería Teatro del Temple. Si alguna vez alguien me preguntara quién ha navegado mejor mis incertidumbres, mis dudas, mis ansias y mis contradicciones, contestaría Teatro del Temple. Si algún día alguien quisiera saber quién me ha hecho sentirme como en mi casa y me ha dado espacio para crecer, aprender, proponer y saciar mi incontenible ansia de escenario, diría que Teatro del Temple.
Pero hay más. Porque en medio del camino llamasteis a vuestras filas a Pilar Mayor, mi compañera, mi cómplice, mi amor. No hay memoria emocional que resista el orgullo que me produce ver a la cuarta templaria –así la siento, así la percibo- contribuyendo con su entusiasmo, su alegría y su profesionalidad al éxito de estos 25 años.
Felicidades Temple. Vuestro éxito es un ejemplo. Como en tantas otras cosas, solo me queda seguir aprendiendo con vosotros.
José Luis Esteban
Actor y dramaturgo