Valientes creadores en una ciudad con mucho por hacer.
Yo tenía 25 años cuando conocí al Teatro del Temple entrevistándolos para su primer montaje, Rey Sancho. Me parecieron entusiastas y valientes creadores en una ciudad con mucho por hacer, pero con un humus cultural, ansias de evolución y desarrollo cultural del que ellos como compañía ya formaban parte. Luego volví a entrevistarles en la radio como hacía con cualquier creador o creadora de la ciudad poniendo los micrófonos y minutos de los que disponía al servicio del Talento Local, del que sigo hablando para ayudar a hacerlo Universal.
Luego, ya no me perdí casi ninguno de los montajes del Temple. Y 25 años después, son muestra de ese gran talento local que no ha dejado nunca de enriquecer a la ciudad con sus propuestas y su presencia, y que ya es universal. Las interminables giras de su Luces de Bohemia y su La vida es sueño, contemporáneas sin tocar un ápice de su alma clásica, y modernas sin restar un milímetro de su valor como obras eternas, demuestran que son hace tiempo un referente del teatro español en el mundo. 42 es un número, el de espectáculos llevados a cabo hasta hoy mientras crean el 43. Pero su sentido no es numérico, es de calidad y de valor, y el valor reside en el hecho de su resistencia y su permanencia, y de algo aún más valioso en la vida y en el teatro, cuando vienen a ser uno instrumento del otro: su insistencia yendo siempre un paso más allá en la ambición.
Antes, desde aquel viejo, húmedo y helador sótano de la Calle Alfonso que parecía respirar hasta la última gota del Ebro y recibir todo su verdín, hasta los teatros del mundo, ha podido bregar con asombrosos proyectos a lomos de la imaginación y la valentía. Y ahora, desde las salas de ensayo del Teatro de las Esquinas, el valor sigue siendo una de sus características. A veces, milagrosamente. O, como decimos en el teatro, (el teatro es cualquiera que ame el teatro y yo lo amo casi por encima de todas las cosas) gracias a un inesperado Deus ex machina (Dios desde la máquina, para el teatro clásico grecorromano), cuando un medio mecánico introducía en el escenario un actor convertido en deidad (deus) para resolver una situación o dar un giro a la trama. Un click sorprendente para los modernos, o una solución imaginativa que cambia el curso del espectáculo, de la trama o de la vida para guionistas, novelistas o público.
La otra característica es su fe en el teatro como parte esencial de la cultura mundial y bisturí imprescindible de cualquier comunidad humana que pretenda conocerse y entenderse a sí misma. El teatro ayuda a eso, a la comprensión general de una experiencia particular y a contar la vida que da la perspectiva de la emoción con valentía (el teatro bueno es siempre valiente porque el teatro complaciente casi no es teatro) para ver lo que las cosas son, y no lo que las cosas dicen que son. Puede expurgar debajo de cada palabra y de cada pliegue para desnudar la realidad, aunque sea en forma de sueño o de ficción imposible, da igual, cuenta la vida tal cual es.
Esa misma fe y ese valor ha sido un colaborador esencial en mi empeño en convertir los teatros municipales de la ciudad en otra cosa: en teatros públicos de acceso universal a las artes escénicas y espacios de coproducción y desarrollo del talento local y los artistas de la ciudad, y en motor generador de proyectos compartidos. Ellos siempre han estado ahí, empujando el sueño a la voz de “claro, sí se puede, Zaragoza lo merece, cuenta con nosotros”.
¿Que he hablado poco del Temple y sus gentes? Es que no hace falta. Está su marca, su biografía como compañía, su reconocimiento, sus 25 años. Y las sorpresas que preparan lanzados a una nueva fase. El teatro y ellos están preparados. El mundo también. Quiero ser el primero en decir ya, felices 50 años. Y gracias.
Fernando Rivarés
Consejero de Economía y Cultura del Ayuntamiento de Zaragoza