La gira de Goya por Latinoamérica.
A ojos de un lector en el año 2019, los hechos que voy a relatar pueden parecer cargados de tinta hacia la ciencia ficción o bien de un esfuerzo titánico inconmensurable. Ni una cosa ni la otra. Lo hicimos desde la inocencia de la edad temprana, unido a la suerte del jugador inexperto.
Pero sucedió en 1997: Recorrimos América Latina en una gira de ciudades consecutivas, sin grandes tropiezos, con un elenco de 24 personas 1.700 kg de escenografía facturada como equipaje acompañado, 24 maletas personales y, por si fuera poco, transportábamos sin seguro (nadie nos lo pidió) 36 obras originales de grabados de Goya de las series de Los Caprichos y Los Desastres de la Guerra, prestados por el Ayuntamiento de Fuendetodos.
Así comenzó la Gira GOYA producida por Iberarte y el Teatro del Temple, e interpretada en su papel protagónico por Jose Luis Pellicena y el brillante elenco estable del Teatro del Temple de Zaragoza. Con un apoyo de la Sociedad General de Autores y el Ayuntamiento de Zaragoza, financiada de manera privada por cada uno de los teatros y empresarios de cada país. La última gira de una época en la que la voluntad y el espíritu de una compañía de teatro fueron capaces de cruzar las barreras económicas y de comunicación, para sumergirse en Latinoamérica, como antes lo hiciera María Guerrero o José Tamayo, en los mejores teatros de cada ciudad.
Sin teléfonos móviles y sin whatsapp, únicamente con un cruce de faxes y llamadas telefónicas nos presentamos en el aeropuerto de Madrid-Barajas con aquella cantidad de cajas y bolsas que pretendíamos subir al avión, como equipaje acompañado, con un volumen que ocupaba al menos 24 metros cuadrados de la sala de facturación. Y lo subimos al avión. ¡Y, lo que es hoy aun más inexplicable, Sin Pagar ni un céntimo por el peso y volumen extra! Así despegamos hacia Caracas.
El primer punto de la Gira fue el emblemático Teatro Teresa Carreño, entonces todo un referente de modernismo para toda la región, agotadas las localidades. La exposición la montamos en el Museo Sofía Imber, todo gracias a la familia Llanos que organizó empresarialmente las funciones en el teatro, con todo el cariño de Ana y Percy Llanos.
Finalizadas las exitosas representaciones, llegamos al aeropuerto de Maiquetía, donde la cruda realidad de la navegación aérea nos asaltaba. No solo no teníamos presupuesto para pagar el exceso de equipaje con el que pretendíamos viajar, sino que no habíamos contemplado que los aviones que conectan las ciudades eran mucho más pequeños que los transoceánicos y por la puerta de carga no entraban algunos de los bultos que llevábamos. Además, la Guardia Nacional, cuerpo de vigilancia en Venezuela y con mucho poder en el aeropuerto, quiso conocer el contenido de las cajas, especialmente la autenticidad de los cuadros con los Grabados de Goya. No se nos ocurrió otra salida que declararlos como estampas de calendarios, y así, como mero papel, cruzamos ése y todos los aeropuertos del continente.
Le siguieron El Teatro Nacional de San José de Costa Rica, que cumplía 100 años desde su bellísima construcción y donde nos esperaba Dionisio Echeverría.
Sobre la marcha, no tengo ni idea cómo pude tener tan poco miedo, conseguimos entre mi hermana Mónica y yo, junto con Pepe Tricas, productor y abanderado del Teatro del Temple en esta gira, de quien siempre tendré un gratísimo recuerdo, el apoyo de un descuento del 50% en los billetes de avión de la aerolínea panameña COPA. Esto delata que viajamos hasta Costa Rica sin haber comprado por adelantado los billetes de avión del resto de la gira. Aún hoy me hiperventilo de haber asumido aquel riesgo. Hay que recordar que los billetes entonces no eran electrónicos, eran de papel y había que comprarlos con suficiente antelación en una agencia de viajes. Así que los fuimos comprando por tramos como si fuera un autobús de línea.
Gracias a Octavio Arbeláez llegamos al Teatro Colón de Bogotá y los Fundadores de Manizales, y a Laura Solórzano y Julio Recalde al Teatro Nacional de la Casa de la Cultura de Quito. Estas últimas paradas habíamos sumado a la troupe los conciertos de Gabriel Sopeña, por si faltaba presencia maña en los Andes y con él llenábamos, además, los paraninfos de las universidades. Sin haber colocado un solo disco previo, tuvimos un éxito musical sin precedentes. Sopeña se metió al público joven universitario en el bolsillo. Fuimos avanzando la gira, llena de anécdotas y paisajes que aquí no caben. En Cali llegó mi hermano Luis, y fuimos viviendo paso a paso el latido de la américa profunda, nos hicimos amigos, familia, entre los actores y técnicos, más dos personas que fueron como testigos acompañantes: Jaime Borrell, marido de Enriqueta Carballeira y Pepa Marteles, pareja de Ricardo Joven, extraordinarios actores coprotagonistas con José Luis Pellicena.
Tengo que contar que fue precisamente Enriqueta la culpable de que yo asumiera este desafío, ella me presentó a María Insausti y Carlos Martín y quedé impresionada de la belleza de la puesta en escena que había dirigido Carlos, así como la atractiva dramaturgia de Alfonso Plou. Y si bien estaba segura del éxito en los teatros de América, no sé qué dosis de ingenuidad me llevó a creer que yo podría hacerlo.
Siguieron Panamá, Lima, Santo Domingo, México y por fin Buenos Aires. Vuelo de regreso a Zaragoza en Iberia, sin haber pagado ni un solo kilo de exceso de equipaje en ningún tramo. Todos se negociaron en los mostradores de cada aeropuerto. Y en cada uno de ellos, se apeló al espíritu teatral de los cómicos en gira, de la imposibilidad de enviar la escenografía como carga aérea, pues los tiempos de aduana habrían retrasado la llegada, y por tanto el estreno.
Eran otros tiempos, tiempos en que un empleado de mostrador de facturación tenía el poder para actuar en favor de unos pobres teatreros, únicamente porque le habían conmovido y podía exonerarles el pago de miles de dólares, simplemente porque valoraba su aportación al mundo. Eran en verdad otros tiempos. Y nosotros éramos, en verdad, muy inocentes.
Lucía Beviá Crespo
Distribuidora internacional