Crítica Transición en Avilés: El pasado ya no es lo que era
Crítica/Teatro/ LA NUEVA ESPAÑA/ Domingo, 11 de noviembre de 2012
El pasado ya no es lo que era
La obra «Transición», aclamada en su estreno en Avilés
Saúl Fernández
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El teatro Palacio Valdés acogió el viernes pasado el estreno de un montaje que fue comedia, esperpento, musical, mimo y hasta tragedia… «Transición» se llevó la admiración de los espectadores. Ovación rítmica en el momento de las ovaciones. Un teatro lleno y despierto que contempla su propio pasado sobre la escena y se anonada. «Transición» habla del pasado común y el pasado común es una colección de raíces que explican el presente. Y también lo condicionan.
Carlos Martín y Santiago Sánchez fueron los directores de un texto (de Alfonso Plou y Julio Salvatierra) que es un milhojas, un dulce de capas, un laberinto de memoria centrado en la presencia colosal de un actor -Antonio Valero- en estado de gracia. Valero es Adolfo Suárez (o quizás no lo es), ha perdido la memoria (o quizás no), recuerda su paso por la historia (o se la inventa). Y esta colección de conjunciones disyuntivas se materializa en cada uno de los movimientos de un actor de incalculable talento. Valero es Suárez (y no lo es). Y es que ser y no ser a un tiempo es una virtud qu sólo pueden practicar los artistas que son gigantes.
«Transición» puede ser un recuerdo condicionado de las vidas comunes. Y, entonces, salen canciones añejas, anuncios llenos de polvo… Pero también puede ser el realto de la crisis de la memoria (somos el realto de nosotros mismos, así, como en la medicina literaria). Y, a la vez, el espectáculo es un saco de mertarreferencias. Plou y Salvatierra ponen sobre la mesa el relato oficial de los hechos, que es un río tranquilo y sin condiciones al van a morir los cuentos extraoficiales, cataratas olvidadas…
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«Transición» comienza como un espectáculo realista, se pasa al vodevil y llega al delirio cuando recorre la política real echando mano de las armas de «Els Joglars» (Valero fue «joglar» y también lo fue Sánchez). (…) Pero hay más: hay una necesidad de entender todo lo que pasó para comprender lo que está pasando. Y hay melancolía (Suárez llegó a ser el demonio y ese sale poco en el montaje.)
«Transición» también bordea la actualidad. Los dos directores moldean un elenco de transformistas (hay un rey y, al momento, un enfermero). La memoria, si existe, es para comprender los días nuevos. La inteligencia es previsión y la previsión, una virtud que se aprende con el tiempo. La escenografía de «transición» es una colección de paredes que se convierten en pantallas de luz, líneas cerebrales… Adolfo Suárez llega a una clínica. La memoria falla, pero los espectadores de Avilés se acordaron de todo.